Un HECHO DE PAZ ha sido la iniciativa de teatro que se ha dado en Tumaco desde 2008. Ha facilitado procesos de perdón y reconciliación, ha llevado a que los jóvenes se interesen por la cultura y ha salvado vidas, porque ha servido como un “escudo” contra el reclutamiento.
Poblado mayormente por comunidades afrodescendientes e indígenas, el municipio de Tumaco, en la Costa Pacífica nariñense, ha sido escenario de las múltiples violencias que vive Colombia. Su conexión directa con el océano Pacífico y con Ecuador, sus selvas, el tramo del oleoducto que atraviesa su territorio y sus tierras fértiles, en la que las que se implantó a mediados de los 90 el cultivo de coca, la han convertido en zona de disputa por distintos actores armados ilegales.
Durante décadas, además de ser víctima de graves violaciones a los derechos humanos y al Derecho Internacional Humanitario (DIH), los tumaqueños han tenido que sortear la débil ausencia del Estado. En el municipio, como en el resto del Pacífico colombiano, escasea la atención en salud, la educación de calidad, el agua potable, el saneamiento básico, la seguridad y el acceso a un trabajo bien remunerado.
En medio de esas circunstancias, los habitantes del municipio han encontrado múltiples maneras de resistir. Una de ellas empezó a gestarse a finales de 2008, cuando la Diócesis de Tumaco decidió impulsar la conformación de un grupo de teatro que ayudara a generar un diálogo público sobre los impactos de la violencia y sobre posibles alternativas a los problemas del territorio.
A la cabeza de la iniciativa se dispusieron la Hermana Gaby, religiosa, defensora de derechos humanos e impulsora de ejercicios de memoria; y Norma Rivera Salazar, integrante del Servicio Civil para la Paz de Asociación de Cooperación Alemana para el Desarrollo, quien se convirtió en la directora del proyecto. La iniciativa, que recibió el nombre de Teatro por la Paz, fue integrada por tres grupos: uno de mujeres, llamado Tumatai, y de jóvenes, denominados Teatro Araña y Teatro Ciempiés.
La Misión de Apoyo al Proceso de Paz (MAPP/OEA), por medio de su oficina regional en Pasto, cuya jurisdicción comprendía el municipio de Tumaco, apoyó a la Diócesis en el análisis de la situación que vivía la región, así como de las condiciones de vulnerabilidad en las que se encontraban las mujeres y los jóvenes. Cumpliendo con su mandato de acompañar y promover iniciativas de prevención del riesgo y empoderamiento de las comunidades en zonas de conflicto, la Misión contribuyó a la difusión del trabajo de Teatro por la Paz, facilitando su traslado a ciudades como Pasto, Popayán o Bogotá, donde se presentaron las obras y se abrieron espacios de reflexión.
Para los actores, la presentación más importante del año ocurre al cierre de la Semana por la Paz, una actividad nacional de la Iglesia católica que en Tumaco le rinde homenaje a la Hermana Yolanda Cerón, asesinada en 2001 por paramilitares del bloque Libertadores del Sur de las Autodefensas Unidas de Colombia, cuando se desempeñaba como Directora de Pastoral Social. En la región recuerdan a la hermana como una incansable defensora de los derechos de los pueblos étnicos, impulsora de la titulación de territorios colectivos para las comunidades negras y denunciante de las alianzas entre paramilitares y agentes estatales.
Justamente, una de las primeras obras que montó el Teatro, titulada “Mi otro yo”, está inspirada en la vida de Cerón y de otros líderes de la región que fueron asesinados. Otras creaciones se titulan “Cicatrices”, “La gran comarca de la tonga” y “El olvido está lleno de memoria”. Además de referirse a violaciones de derechos humanos, las obras ponen en escena prácticas ancestrales de las comunidades afrodescendientes del Pacífico, como la minga, el trueque, los rituales de velación, las danzas, los cantos y los juegos.
“Cuando se les da la tarea de investigar a los jóvenes, ellos comienzan a darse cuenta de que hay una realidad fuerte, por la que tenemos que trabajar. Otra cosa que hacemos es buscar que ellos se interesen por la cultura, por la historia. A partir de ahí comenzamos a darles participación activa dentro de la creación”.
Mary Cruz Cruel, director actual
Mary Cruz Cruel, quien dirige el Teatro por la Paz desde 2015, explica que el proceso de creación de las obras es colectivo y compromete a los actores en el estudio de su entorno: “El proceso de investigación es saber qué está pasando en los barrios y en las comunas en las que vivimos. Cuando se les da la tarea de investigar a los jóvenes, ellos comienzan a darse cuenta de que hay una realidad fuerte, por la que tenemos que trabajar. Otra cosa que hacemos es buscar que ellos se interesen por la cultura, por la historia. A partir de ahí comenzamos a darles participación activa dentro de la creación”.
Según Cruel, el Teatro también ha servido para que algunos de los jóvenes tejan lazos de solidaridad y compromiso que, a la larga, los han alejado de la posibilidad de integrar los grupos armados que existen en la región: “Este proceso ha salvado vidas de jóvenes, porque también los ayuda a construir un proyecto de vida en los entornos profesional, familiar y social. Aquí mantienen la mente ocupada, se relacionan con otras personas y reciben consejos de las mujeres mayores que hacen parte del grupo, porque algunos llegan agresivos, desesperados por la falta de estudio, de trabajo. Aquí creamos los lazos de una familia”.
La Misión vio como desde el inicio del proceso, los hijos e hijas de algunas de las integrantes del Teatro también se vincularon a otras iniciativas de la Misión. Entre ellas, un proyecto de prevención del reclutamiento que se llevó a cabo en una de las instituciones educativas más afectadas por el conflicto, donde se potenciaron las habilidades de los jóvenes en elaboración de artesanías y comunicación radial.
La Misión fue testigo de como el trabajo que realizó el Teatro en sus primeros años también fue fundamental para la vida de muchas mujeres. Después de la desmovilización del bloque de las autodefensas que operaban en la zona, la violencia se reconfiguró en el municipio. El nuevo contexto resultó particularmente problemático para muchas mujeres, quienes además de atravesar dificultades económicas, pasaban por procesos de duelo tras la pedida de sus parejas, hijos o hijas. El Teatro permitió una transformación positiva que fue más allá de lo psicosocial. Además de la contención emocional, este espacio también les permitió a muchas de las participantes acercarse a la lectura, a técnicas y teorías ligadas con la actuación, lo que repercutió positivamente en la reconstrucción de su autoestima.
Para Cruel, además, el Teatro ha sido y sigue siendo importante para fortalecer los lazos de la comunidad, agobiada por el persistente conflicto: “Todo lo que mostramos en las obras es una manera de acompañar a la gente, de hacerla sentir que no está sola: que hay una familia que la apoya, unos vecinos que están allí. La parte cultural, ancestral, de sanación, es una forma de resistencia frente a lo que pasa a nuestro alrededor”.