Madres de La Candelaria
Medellín
Antioquia

El dolor de la desaparición de su hijo llevó a Teresita Gaviria a participar en la creación del movimiento Madres de La Candelaria, que en el 2006 recibió el Premio Nacional de Paz. A través de la MAPP/OEA pudo acercarse a una cárcel para decirle a un sicario una frase dolorosa pero sanadora, que sin duda representa un HECHO DE PAZ: ‘Tienes que pedirles perdón a las personas a las que les causaste tanto daño’.
No fue fácil dar los primeros pasos para las mujeres que integran hoy el Movimiento Madres de La Candelaria, de Medellín. En marzo de 1999, luego de varios plantones en los que exigieron la libertad de sus familiares, secuestrados y desaparecidos en la guerra que se agudizaba en todo el país, encontraron por fin el lugar de acogida de sus luchas: el atrio de la Basílica de Nuestra Señora de La Candelaria, ubicada en el centro de la ciudad. Allí, empezaron a hacerse visibles, inspiradas por las argentinas Madres de Plaza de Mayo, ejemplo para el continente en la búsqueda de desaparecidos.
Por entonces, la desaparición forzada ni siquiera era reconocida como un delito en Colombia. No fue sino hasta julio del 2000 cuando el Congreso de la República expidió la ley que introdujo en el Código Penal los delitos de genocidio, desaparición forzada, desplazamiento forzado y tortura, como resultado de la incansable lucha de las víctimas y las organizaciones defensoras de derechos humanos.
La ausencia de un marco legal que permitiera obtener justicia no fue la única dificultad que enfrentaron las Madres en esa primera etapa. Teresita Gaviria, una de las lideresas más visibles del Movimiento, cuenta que su trabajo de exigibilidad de derechos también les trajo nuevas victimizaciones: “Cuando nosotros llevábamos un año de estar paradas en la iglesia, uno de los actores armados que manejaban el conflicto en Medellín mandó a matar una compañera porque no nos queríamos quitar del atrio”.
No obstante, la determinación continuó acompañando al Movimiento, compuesto por decenas de mujeres dispuestas a no descansar hasta encontrar a sus familiares. Para Teresita, a quien los paramilitares le desaparecieron un hijo en 1998, el camino no tenía vuelta atrás: “Cuando a uno le matan un familiar, trata de resignarse. Pero cuando le desaparecen un hijo, ¡olvídese! Uno dice: ‘Hasta aquí llegué, ¡no más!, no me voy a seguir callando’. Entonces, le dije a la familia: ‘Me voy a los montes de Colombia a buscar a mi hijo amado’”.
De a pocos, la búsqueda de Teresita la llevó a juntarse con otras mujeres que también habían perdido a sus hijos, tal como lo relata ella: “Le hice una promesa a mi hijo en un sueño que tuve muy duro: viendo cómo lo arrastraban, llorando, gritando por mí, le dije: ‘No, hijo, hasta que yo no te encuentre, no voy a dejar de buscarte’. Y desde ahí comenzó mi trabajo, que luego se convirtió también en la búsqueda de los hijos de mis compañeras. Porque no solamente me duele mi hijo, sino también los de ellas”.
En el 2006, el Movimiento se fortaleció gracias al Premio Nacional de Paz, otorgado a la Asociación Caminos de Esperanza – Madres de La Candelaria, una de las dos líneas en que se congregaron las mujeres a partir del 2002. El mismo año del reconocimiento, la Misión de Apoyo al Proceso de Paz (MAPP/OEA) inició los primeros acercamientos con el Movimiento, como parte de su trabajo con las víctimas en el marco del proceso de desmovilización de los paramilitares y de la puesta en marcha de la Ley de Justicia y Paz, la primera norma de justicia transicional expedida en Colombia, que obligaba a los excombatientes a contribuir en la búsqueda de los desaparecidos.
Los funcionarios de la Oficina Regional Medellín cuentan que los primeros encuentros con el Movimiento se dieron cerca de la iglesia de La Candelaria, donde acudían recurrentemente ambas líneas: La Fundadora y Caminos de Esperanza. Este acercamiento permitió a la Misión conocer el proceso y saber de qué manera podría acompañarlas y fortalecer su proceso organizativo y de exigibilidad de derechos.
En desarrollo de la Ley de Justicia y Paz, la Misión acompañó los primeros encuentros entre las Madres y los excomandantes paramilitares, con miras a obtener información sobre el paradero de sus seres queridos en un ambiente seguro. Así lo refiere Teresita Gaviria: “El seguimiento que la OEA le dio al proceso de paz fue muy interesante, porque aprendimos a exigirles a los paramilitares lo que nosotros estábamos buscando: la verdad. A través de la OEA tuve el acercamiento a las cárceles de este país y al sicario más malo estuve diciéndole: ‘Tienes que pedirles perdón a las personas a las que les causaste tanto daño’. Me enseñó la OEA a caminar despacio, pero fuerte”.
A mediados del 2007, la MAPP/OEA desarrolló una serie de talleres de lectura y escritura con las Madres, con el objetivo de recuperar a través de sus vivencias la memoria del Movimiento de acuerdo con su metodología de acompañar y visibilizar a las comunidades. En el 2008, producto de ese proceso, la Misión publicó un libro con las historias personales de algunas de sus integrantes y con las reflexiones de varias de las lideresas de mayor trayectoria, en el que quedó constancia de los dolores sufridos, las victorias conseguidas y los desafíos por venir. La construcción del documento se fortaleció con la experiencia de las Madres de Plaza de Mayo.
La MAPP/OEA también acompañó a algunas de las mujeres de La Candelaria en el proceso de reparación administrativa creado por el decreto 1290 del 2008, brindando asesoría jurídica, suministrando acompañamiento psicosocial y ayudando a hacer gestiones en instituciones públicas. Asimismo, gestionó la participación del Movimiento en espacios regionales y nacionales de incidencia y de encuentro de las víctimas.
Además, la Misión buscó acercar a las integrantes de las dos líneas y apoyó la creación de otros procesos organizativos de mujeres que decidieron abrir nuevos horizontes en el largo camino de buscar a los desaparecidos.
Hoy, los lazos entre el Movimiento y la MAPP/OEA se mantienen. El proceso de acompañamiento contribuyó a fortalecer una de las apuestas más significativas de las mujeres en Antioquia, quienes en la búsqueda de sus familiares arrebatados por todos los actores armados encontraron un espacio de encuentro y empoderamiento.